Pureza y Razón Incorpórea: La Filosofía del Cante de Mairena

En el universo flamenco contemporáneo, pocos conceptos resultan tan profundos y malinterpretados como los de «pureza» y «Razón Incorpórea» en la obra de Antonio Mairena. Ramón Soler Díaz, en su lúcido análisis para Demófilo, desentraña esta dualidad conceptual que define no solo una estética, sino toda una cosmovisión del arte jondo.

La Pureza como Búsqueda Ética

Frente a quienes reducen la pureza a una mera ausencia de mezclas –una visión «química» que el propio artículo califica de tramposa–, Soler Díaz revela que para Mairena era algo muy distinto: una búsqueda activa de la esencia. La pureza artística no es inmovilismo, sino «un camino de perfección» que se alcanza cuando la emoción va pareja a la simplicidad de las formas. Una soleá puede ser pura con piano o con guitarra; lo crucial es que se cante «con pureza», respetando la tradición pero «violentándola lo mínimo» para conseguir transmitir.

Esta búsqueda se alimentaba de sus raíces más íntimas. La temprana muerte de su madre gitana, Aurora, y el posterior distanciamiento de su padre tras su matrimonio con una paya, llevaron a Mairena a sublimar lo gitano y lo femenino. Su encuentro en Carmona con la anciana Matilde Franco, «la Viejita», que le transmitió las costumbres y ritos de los gitanos antiguos –incluida la leyenda de la primera Llave del Cante a El Nitri–, completó su mitología personal. Para él, los cantaores del XIX no eran nombres históricos, sino «patriarcas del Antiguo Testamento», y su cante, una revelación.

La Razón Incorpórea: La Trascendencia del Cante

Este sustrato emocional y casi mítico cristalizó en el concepto más elevado de su pensamiento: la Razón Incorpórea. Soler Díaz rastrea su origen en la filosofía de Séneca –»incorporalis ratio ingentium operum artifex» (la razón incorpórea, artífice de obras grandiosas)–, que muy probablemente le llegó a través de su alma gemela, el poeta Ricardo Molina.

Para Mairena, la Razón Incorpórea era la divinidad gitana, «el honor nuestro, la base de la cultura gitana, el conjunto de nuestras tradiciones y nuestros ritos antiguos». No se aprendía, se intuía y se sentía. Era el espíritu que se expresaba a través del duende y que nutría el cante desde sus raíces más profundas.

El cante totémico que mejor la representaba era la alboreá, el cante nupcial que celebra la pureza virginal y la continuidad del linaje. Aunque Mairena, por respeto, no la grabó en contexto profano, Soler Díaz argumenta que toda su obra es una gran alboreá metafórica. Sus letras, plagadas de amaneceres, flores, doncellas, pañuelos de pureza (el decló) y ríos, conforman un campo semántico obsesivo en torno a la pureza, rozando constantemente los límites de ese cante sagrado.

Antonio Mairena no fue, pues, un simple recopilador. Fue un fundador, un místico laico que, armado con una ética inquebrantable, convirtió su vida en una misión: ser el médium que, a través de la pureza de su cante, conectara con esa Razón Incorpórea que garantiza la eternidad de su pueblo.

Artículo basado en el texto «Pureza y Razón Incorpórea en la obra de Antonio Mairena» de Ramón Soler Díaz, publicado en la revista Demófilo, Nº46 (2013).

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