La relación entre un aficionado y el flamenco no es estática, sino un viaje personal marcado por encuentros y descubrimientos. Juan Manuel Suárez Japón, en su íntimo relato para Demófilo, traza el mapa de su propia evolución como aficionado, un camino que parte del mairenismo más ortodoxo en Sevilla y se enriquece con la sabiduría flamenca de Cádiz, revelando que en el arte jondo el crecimiento consiste en sumar, nunca en renunciar.
La Formación Sevillana: El Mairenismo como Código
Su viaje comenzó, como para muchos de su generación, bajo el influjo absoluto de Antonio Mairena. A los trece años, el disco Cantes de Antonio Mairena (1958) llegó a sus manos como una revelación. El Romance de Bernardo del Carpio, con su épica medieval cantada a compás de bulería por soleá, le planteó las primeras preguntas sobre los misterios del flamenco.
Las respuestas las encontró en los libros que se convirtieron en su canon personal: Mundo y Formas del Cante Flamenco y Las Confesiones de Antonio Mairena. Aquel «mairenismo» inicial era un sistema de certezas: un cante de origen gitano-andaluz, una geografía sagrada limitada a la «Baja Andalucía», y una clara distinción entre el cante «auténtico» y el resto. Para el joven aficionado, Mairena era «un oráculo cuyas afirmaciones sobre el flamenco no eran contestadas por nadie». Esta fe se vio reforzada al presenciar, en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de Sevilla en 1969, cómo el maestro reinaba «como un monarca absoluto, rodeado por la rendida admiración de todo el mundo».
La Llegada a Cádiz: La Duda Fecunda
Todo cambió cuando Suárez Japón se trasladó a Cádiz en 1975. La ciudad, con su carácter libre y su repudio a las verdades absolutas, le mostró que el universo flamenco era «más ancho, diverso y rico» de lo que sus ideales mairenistas delimitaban. En Cádiz descubrió la «alternativa caracolera», otra sensibilidad donde la pasión desbordada de Manolo Caracol y la escuela gaditana planteaban una concepción del cante tan válida y emocionante como la de Mairena.
A través de figuras como el escritor Fernando Quiñones –un gaditano profundo que, sin embargo, valoraba la obra mairenera– y del trato con la singular flamenquería local, desde el genial Chano Lobato hasta el sabio Beni de Cádiz, aprendió una lección fundamental: «la superación de los antagonismos no sólo se debían producir por razones de tolerancia, sino que podían estar fundadas en elaboraciones intelectuales mucho más profundas».
La Síntesis: ¿Por Qué Elegir Si Se Puede Sumar?
El encuentro definitivo con el guitarrista y pensador Manolo Sanlúcar le proporcionó la clave conceptual. Frente a la disyuntiva «¿Caracol o Mairena?», Sanlúcar le enseñó que la pregunta correcta era «¿Caracol y Mairena?». ¿Por qué, para disfrutar de una parte, había que renunciar a otra? ¿Por qué no enriquecerse con todas las visiones flamencas de Andalucía?
Cádiz no le hizo renunciar a su mairenismo, sino que le enseñó a trascenderlo. Le mostró el valor de la «flexibilidad inteligente» y le abrió los ojos al «surrealismo azul» del flamenco gaditano, esa «prodigiosa combinación de cante y narrativa» que define a sus grandes figuras.
Al final del viaje, Suárez Japón llegó a una conclusión liberadora: «Antonio Mairena sigue y seguirá ahí, en el lugar que esta cultura ha reservado a los grandes». Su cante sigue siendo un pilar fundamental de su equipaje como aficionado. Pero Cádiz le enseñó que la verdadera sabiduría flamenca no reside en la adhesión dogmática a una sola verdad, sino en la capacidad de abrazar la complejidad y disfrutar del hermoso pluralismo de un arte que, como la vida, se niega a ser encerrado en una sola habitación.
Artículo basado en el texto «Visiones de Antonio Mairena» de Juan Manuel Suárez Japón, publicado en la revista Demófilo, Nº46 (2013).



