Arqueólogo del Sonido: El Método de Investigación de Antonio Mairena

En la historia del flamenco, la figura de Antonio Mairena se alza con la doble condición de artista genial e investigador metódico. Su labor no se limitó a interpretar un legado, sino que se consagró a rescatarlo de las brumas del olvido con la paciencia de un orfebre y la intuición de un medium. Mairena fue, en el sentido más profundo del término, un arqueólogo del sonido, y su método de investigación —una singular amalgama de trabajo de campo, intuición musical y revelación— constituye un capítulo fundamental en la preservación de la cultura andaluza.

El Trabajo de Campo: Etnografía Flamenca

A diferencia del académico de biblioteca, Mairena realizó un auténtico trabajo etnográfico. Su campo de estudio no tenía paredes: eran las cuevas, las ventas, los patios de vecinos y las fraguas de la Baja Andalucía. Su metodología se basaba en la fuente directa, en la tradición oral viva.

Viajaba incansablemente a los núcleos cantores —Triana, Jerez, Alcalá, Utrera, Lebrija— con un oído afinado y una memoria prodigiosa. Allí, buscaba a los guardianes de la memoria, los ancianos gitanos que atesoraban en su garganta y en su recuerdo los ecos de un cante más antiguo. No iba con un cuestionario, sino con una actitud de humilde aprendiz. Sabía escuchar. Era la encarnación de la respuesta que Antonio Chacón dio cuando le preguntaron por qué se hacía acompañar de un hombre que nunca hablaba: «Porque sabe escuchar».

Los Informantes Clave: La Viejita y Juan Talega

Dos figuras resultaron cruciales en su investigación, como si de informantes clave en una investigación antropológica se tratara.

En Carmona, su relación con Matilde Franco Fernández, «la Viejita», fue determinante. Esta gitana nonagenaria, hija del Tío Maero, le abrió las puertas a un mundo casi mítico. Le hablaba de los «tiempos del Rey Faraón», de las costumbres de los gitanos antiguos y de la leyenda de la primera Llave del Cante entregada a Tomás El Nitri. Ella no le transmitió solo melodías, sino un contexto cultural y casi sagrado que Mairena absorbería para construir su propia cosmovisión del flamenco. A través de ella, los cantaores del siglo XIX dejaron de ser nombres para convertirse en patriarcas de una religión sonora.

El otro pilar fue Juan Talega. De él, Mairena no solo aprendió cantes, sino una forma de entender la transmisión. La anécdota que cuenta Antonio Reina es paradigmática del método mairenista: Talega recordaba el primer tercio de un cante de su padre, pero no sabía cómo rematarlo. Se lo cantó a Mairena, quien, tras escucharlo varias veces, lo completó. Un asombrado Juan Talega exclamó: «Coño, me podías haber dicho que lo sabías». La respuesta de Mairena revela al musicólogo intuitivo: «Juan, yo no sabía que se remataba así, lo que pasa es que musicalmente este cante no puede terminarse de otra forma». Era la lógica interna de la música guiando la reconstrucción.

La «Revelación» Trascendental: Más Allá del Aprendizaje

El método de Mairena trascendía lo empírico para adentrarse en lo que él llamaba «revelación trascendental». Para él, los cantes no solo se aprendían, sino que, en ocasiones, se le «revelaban». Este concepto, de profundo calado espiritual, entronca con su noción de la Razón Incorpórea —ese espíritu ancestral gitano que es «artífice de obras grandiosas»—.

Un ejemplo claro es cómo relata el descubrimiento de los cantes de El Nitri a través de Diego el de Brenes en 1928. Brenes, emocionado, le dijo: «te voy a hacer un cante que no lo canta hoy nadie». Mairena no dice que los «aprendió», sino que le «fueron revelados». Lo mismo ocurrió con la Toná-Liviana, de la que Juan Talega solo conservaba fragmentos. Mairena, «a fuerza de oírle cantar y hacerle repetir algunos trozos», logró «poner en pie» un cante completamente perdido. Era una labor de arqueopsicología, de sintonizar con la mente colectiva de su pueblo.

El Gabinete de Estudio: Los Discos de Pizarra

Su labor de campo se complementaba con un minucioso estudio en su gabinete particular: la fonoteca. Mairena era un ávido coleccionista y estudioso de discos de pizarra. Escuchaba una y otra vez las grabaciones de los cantaores primitivos con oído analítico, extrayendo matices, descomponiendo melismas y reconociendo estilos que ya no estaban en boca de nadie.
Estos discos eran sus textos académicos, y su agudeza musical le permitía completar las lagunas de las grabaciones antiguas con el conocimiento adquirido en su trato con los mayores.

La Recreación: Del Fragmento a la Obra de Arte

El paso final de su método era la recreación. Mairena no era un simple grabador de campo que transcribía lo escuchado. Él tomaba el fragmento, la melodía incompleta, la letra suelta, y, mediante su profundo sentido musical y su conocimiento de la arquitectura del cante, lo dotaba de una forma completa y nueva, pero fiel a su esencia. No copiaba; resucitaba.

Como él mismo explicaba respecto a la Toná de los Pajaritos, la intuyó a partir de una «viejísima letra de Soleá para bailar» en un estado de ensoñación: «Yo he visto, he sentido y he intuido la Toná de los pajaritos». Su mente de artista completaba lo que su oído de investigador no podía captar ya en el mundo físico.

Antonio Mairena no solo nos legó una de las obras discográficas más importantes del flamenco. Nos legó un método para el rescate de la memoria. Demostró que la tradición no es un museo estático, sino un río subterráneo que hay que saber escuchar, y que a veces, para encontrar su fuente, no basta con cavar: hay que sumergirse en el sueño y la intuición, allí donde la Razón Incorpórea aguarda a ser revelada de nuevo.

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