La consecución de la III Llave de Oro del Cante en Córdoba en 1962 no fue para Antonio Mairena un simple premio a una carrera, sino el punto de partida de una misión. Según la intervención de Manuel Cepero Molina, recogida en la revista Demófilo, Mairena no recibió la Llave como un reconocimiento final, sino como «una carga, un principio». Este galardón, lejos de ser un cierre, le confirió la obligación moral de organizar, dignificar y proyectar el cante gitano-andaluz hacia el futuro.
Un Símbolo que Trasciende el Trofeo
Cepero Molina sitúa el origen del símbolo en la figura legendaria de Tomás El Nitri, a quien unos aficionados de Carmona, extasiados por su cante, entregaron una llave antigua como reconocimiento a su «poder especial». Mairena, a través de sus conversaciones con la anciana gitana Vicenta –que conoció al Nitri–, sentía una profunda conexión con este origen casi mítico. Ganar la Llave que había poseído su ídolo, aunque la de él fuera de oro y la del Nitri de hierro, fue un motivo de alegría y una forma de entroncar directamente con la esencia más pura del cante.
Sin embargo, Mairena le dio un significado nuevo y trascendental. Mientras que para otros pudo ser un homenaje publicitario en la época de la ópera flamenca, para el maestro de Los Alcores se convirtió en la llave que abría la puerta de la responsabilidad. A partir de ese momento, emprendió un camino que lo consolidaría no solo como un cantaor imprescindible, sino como un «maestro inmortal del cante».
La Llave como Compromiso, no como Corona
El artículo destaca la visión que Mairena tenía de su propio galardón. Él sabía que la Llave del Cante le otorgaba «más obligaciones que derechos». Este planteamiento choca con la concepción actual, donde este tipo de reconocimientos suelen verse como un broche final o, en muchos casos, póstumo. Cepero Molina se pregunta retóricamente: «¿Qué artista, hoy en día, está en condiciones de hacerse cargo de esa responsabilidad? ¿Qué artista llega en un momento en el que lo que le quede por hacer es mucho más importante que lo que ha hecho?».
Para Mairena, la Llave era un «acicate para los artistas, para seguir creando, para seguir recuperando». Era un símbolo de poder, pero no sobre las personas, sino sobre el arte mismo: el poder y la obligación de «llevar el flamenco hacia delante, para crear afición y hacerlo desarrollarse en un sentido verdadero».
Proyección de Futuro: El Cante para el Año 2000
Esta visión de la Llave como un motor para el futuro queda patente en los proyectos que el propio Mairena describió en sus Confesiones. Anunció la grabación de un LP dedicado a Ricardo Molina, titulado provisionalmente Antonio Mairena, su cante para el año 2000. En él, explicaba, quería «desarrollar una técnica que se pueda actualizar dentro de muchos años, para que los fundamentos del cante no se pierdan». Su objetivo no era anclarse en el pasado, sino partir de la esencia de los estilos heredados para «reelaborar los cantes» y desarrollar «sus posibilidades musicales» con una clara «visión de futuro».
La Llave de Oro de Antonio Mairena representa, por tanto, la antítesis de un premio al mérito estático. Es el símbolo de un legado vivo, una carga que asumió con la solemnidad de quien recibe una herencia sagrada y la responsabilidad de un maestro que sabe que su verdadero premio es asegurar el porvenir del arte al que dedicó su vida.
Artículo basado en la intervención de Manuel Cepero Molina «Antonio Mairena: su obra y la Llave de Oro del Cante», publicado en la revista Demófilo, Nº46 (2013).



